Un sillón orejero y una mesa estrecha. Ese era su despacho. Allí desarrolló su obra narrativa y pensamiento. Colocaba una tabla entre los brazos del sillón orejero y sobre ella escribía. Una tabla roída, rallada y con los cantos rodados. Curtida y suave. Una tabla trabajada, la tabla de un náufrago a la que se abrazaba con sus pensamientos para seguir navegando en las turbulentas aguas de la revuelta historia económica y social.

Su experiencia era milenaria, con el fallecimiento de José Luis Sampedro, a los 96 años de edad, muere la tradición de la conciliación en un país que ha madurado a golpes con el enfrentamiento, incapaz de llegar a puntos de acuerdo. Siempre a favor de la paz y la justicia, el profesor se calentaba con poco. Él también estaba indignado. Por eso se entendía bien con las plazas que frecuentó en los últimos dos años, invitado por la ciudadanía a que compartiera su sabiduría inagotable.

José Luis Sampedro ha sido un hombre humilde con respuestas para todo. Un hombre que vivió varias vidas en una sola: de Barcelona a Tánger antes de la Guerra Civil, del Ejército republicano al Ejército rebelde; de Santander a Madrid, donde estudia Ciencias Económicas; de subdirector general del Banco Exterior de España a catedrático de la Universidad Complutense de Madrid; de las universidades de Salford y Liverpool a la norteamericana Bryn Mawr College, de la Real Academia Española a presidente honorario no ejecutivo de la empresa Sintratel. Y siempre con un oído puesto en la gente.

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